Su historia no es solo de enfermedad, sino de propósito. Julia transforma el dolor en mensaje, recordándonos que la fe también se toca, se respira, se practica.“Yo no me encierro —dice—. Aunque me sienta débil, aunque tenga la presión baja o el azúcar alta, salgo. Me arreglo. Me miro al espejo y agradezco seguir viva.”